Héctor Tobar: LA CLASE DE ESPAÑOL QUE NUNCA TUVE

tovarThe New York Times, Nov 15 2016

En lo más profundo de mi cerebro, hay un niño que habla español.

Llama a sus padres “mamá” y “papá”. Una de sus expresiones favoritas es “qué lindo”. Se siente orgulloso de la jerga mexicana que ha aprendido: por ejemplo, “no hay pedo”, lo cual significa “no hay problema”.

California por poco mata a ese niño.

Mis padres llegaron a Los Ángeles como inmigrantes de Guatemala. Teníamos una repisa con libros en español en nuestra casa en Los Ángeles, la cual incluía “El Señor Presidente” por el premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, pero creciendo no los podía leer.

Como millones de niños latinos educados en colegios públicos de California, nunca tomé una clase de gramática española ni literatura hispana, ni jamás me pidieron escribir ni una sola palabra con tilde sobre ella. En los años 70 en los ojos de algunos administradores escolares y muchos otros el español era el idioma de la pobreza y el retraso.

Supuestamente, nos hacíamos más inteligentes si olvidábamos el español. Al llegar a mi adolescencia, yo hablaba el idioma al nivel de un niño de segundo grado. Mi inglés era perfecto, pero en español era un tonto.

Yo sabía que había perdido algo invaluable para mí. Muchos niños latinos que crecen sin el español sienten esto. Y la semana pasada, incluso mientras el matón contra inmigrantes latinos, Donald J. Trump, era elegido presidente, muchos se involucraron en un acto colectivo de resistencia cultural uniéndose a otros votantes californianos quienes de manera abrumadora aprobaron una medida para expandir la educación bilingüe en los colegios públicos.

La proposición 58 hace ajustes a otra iniciativa en el tarjetón que fue aprobada por votantes en 1998. La medida nació en los primeros años del movimiento antiinmigrantes, antes de expandirse desde California por todos los Estados Unidos.

En ese entonces, el español se había convertido en el segundo idioma de facto de California. Niños inmigrantes latinos estaban llenando los mal financiados colegios públicos y su desempeño no era bueno, mientras charlaban unos con otros y con sus profesores en español en sus hacinadas aulas. Ron Unz, el empresario del Valle de la Silicona, quien ayudó a liderar el movimiento en contra de la educación bilingüe, alegó que educar a los niños inmigrantes exclusivamente en inglés mejoraría nuestras calificaciones en las pruebas.

Nadie debate que todos los niños en este país deben aprender inglés. Pero el precepto del no-español era como un borrón de cultura. Era un acto cruel, con poca visión de futuro, nacido de la ignorancia y la intolerancia.

Ser alfabetizado en el idioma de sus ancestros inmigrantes (ya sea en español, coreano, mandarín o armenio) lo hace más sabio y poderoso. Esto lo sé por experiencia.

Me tomó dos años de estudio universitario y un año registrado en la universidad nacional de México para reiniciar y avanzar mi mente bilingüe. Shakespeare y Cervantes ahora viven en mi lóbulo frontal. Seinfeld y el comediante mexicano Cantinflas también. Bob Dylan y la cantautora chilena Violeta Parra. He buscado dominar el idioma anglosajón hablado por Lincoln y Whitman, y también el idioma latino de Pablo Neruda y los vendedores callejeros angelinos.

Con las palabras cariñosas del español y el amplio uso del tenso pasado y el diminutivo, he aprendido que saber otro idioma es entrar en otra manera de ser.

Mi padre, por ejemplo, es un hombre encantador en inglés, un idioma que ha hablado con fluidez por medio siglo. En español, sin embargo, todos sus talentos como anecdotista sardónico salen a flote; es aún más propenso al ocasional soliloquio filosófico. Mi madre habla inglés con fluidez, pero en español es una cuentahistorias con una inclinación profundamente romántica y un estilo irónico.

Hoy, escribo libros en inglés, pero las raíces de mi carrera como escritor yacen en el conocimiento del español.

Fue solo como hispanohablante que finalmente pude conocer mi verdadero ser. Quién soy y de dónde vengo.

Pronto vine a conocer Los Ángeles, que no habría conocido de otra manera, una ciudad con su propia marca de español, una ciudad formada por las incesantes improvisaciones, reinvenciones y ambiciones de sus hispanohablantes. Se convirtieron en los temas de mis novelas.

Para niños latinos inmigrantes, el español es la clave que libera la sabiduría intraducible de sus mayores, y que revela las verdades sutiles en sus historias familiares. Es una fuente de autoconocimiento, una forma de capital cultural. Son más inteligentes, de hecho, por cada poco de español que mantienen vivo en sus mentes bilingües. Y es más probable que vean la absurdez en las vociferaciones de xenofóbicos y racistas.

Es probable que vea algo de su propia historia en los cuentos de ese genio mexicano. Y pronto tal vez llegue a la realización de que él es un genio también.

 

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